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sábado, 19 de septiembre de 2009

Soñando los Sueños I

Lisandro se acostó en su cama especial como siempre lo había hecho desde el día que decidió no perder más tiempo del que ya había botado al vacío, negro y ruinoso. En esos momentos pensó que quizás volvería a ver a su amante Jimena, la morena de brazos fuertes cuya mirada era idéntica a la de su hija, Cristel. Al dormirse, fue primero presa de la negrura producida por unos momentos de tensión que había sufrido antes de acostarse. Luego, inmóvil, presenció los lagos, y los lazos; vio la luz, y el agua; en cierto momento ya no pudo ver nada, pero después notó el resplandor. No tuvo que esperar mucho ni sufrir nada para poder volver a ver a su amante de los sueños. Ella lo vio con esos ojos que él reconocía tan bien y que le remitían al logro más grandioso de su vida. Lo tomó de sus brazos envejecidos por el sufrimiento y lo excitó al mostrarle un cuarto cuyo olor significaba el placer de hombre y mujer en unión absoluta, apasionada y orgásmica. Se desnudó mientras Lisandro turnaba su mirada entre los ojos de la hija y los pechos de la amante de los sueños. Y allí, aunque sólo era el inicio de todo, fue el final soñado para él, y aunque el acto siguió, cultivado por la pasión de los años recordados en sueños, se sintió feliz. Al despertar, Lisandro, rejuvenecido, pensó en sus sueños hechos realidad mientras veía la maravillosa máquina de los sueños que estaba instalada en su convencional sitio para dormir.

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