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viernes, 24 de diciembre de 2010

Relato de una caída

por Fabricio García


Ese viento poseía a mi cuerpo. Mi cabeza daba vueltas, mientras la caída se hacía aun más intensa. Ya no importaba el arriba y el abajo, sino el camino hacia la muerte. El camino era rápido. Incontrolablemente rápido. Lo deseaba todo mi cuerpo, abrazado en su voraz fuerza. Tanto era así, que decidí no hacer nada para salvarme. Podría haberlo hecho, aun tenía fuerzas suficientes como para intentarlo.

Vi hacia el cielo. Nunca lo había visto de esa forma. Me decía adiós. Casi parecía que tenía rostro. Era un rostro que no quería que me marchara. Me dio tristeza verlo. Verlo me convenció de salvarme. Había un paracaídas de repuesto. Sólo debía ordenar mis pensamientos y forzar a mi cuerpo a jalar la cuerda que tiraría de él.

Mi salvación no dependía sólo de mi voluntad: todo mi cuerpo daba vueltas. Aun con mi mente lúcida, mi cuerpo estaba fuera de control. Mucho era cuestión de jalar el cable del paracaídas de repuesto. Una vez hecho, sería cosa de que funcionara el intento. Bien el paracaídas podía enredarse o romperse y con ello mi muerte estaría saldada. Pero valía la pena hacer el intento, el cielo no quería que me fuera.

Jalé del otro paracaídas. Se abrió con la misma fuerza con que yo descendía. Un jalón me hizo sentir que iba en dirección opuesta, directo al cielo. De inmediato, el artefacto comenzó a rasgarse. Pude ver el cielo a través del paracaídas que perdía su forma poco a poco hasta quedar inservible. Mi fin nadaba en la inminencia.

Le pedí perdón al cielo. La muerte me tentaba graciosamente y yo correspondía a ella con una risa interior que no era bien representada por el gesto de terror de mi rostro. Mientras reía en mi interior, caí en la cuenta de que aun tenía una última opción, que era jalar de nuevo el cable del paracaídas principal. La primera vez no había respondido y caí en el mar del espanto. Luego migré al de la rendición y por último al de la satisfacción.

Me pregunté entonces si valía la pena vivir más, si debía jalar el primer cable de nuevo. Sentía que la primera vez no lo había jalado como me lo habían enseñado. Además, sabía que podía hacer el reintento. No quería forzar a mi muerte, así que tiré de él. Un nuevo paracaídas se desplegó y volví a atraer el cielo hacia mi cuerpo. Mi cuerpo entró en una calma que desde el momento de saltar de la avioneta no sentía. El mundo debajo de mí tomó forma. Noté que estaba peligrosamente cerca. Al cielo lo tapó entonces el paracaídas que me arrimó a la vida.

Cuando llegué al piso primero mis pies lo tocaron, luego mis rodillas y por último mis brazos. Me fracturé un tobillo y hombro. Uno de los paracaidistas profesionales llegó hacia mí, desde el cielo, y me llevó al hospital donde 3 meses antes me habían augurado 3 meses de vida.

FIN

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