Callaron

Eran las once de la noche, hacía mucho frío, cuando el viento se presentó ante el metal produciendo una sonoridad muy particular. El tiempo que habían pasado sin reunirse, poco más de medio milenio, no los había llevado a olvidarse ni a perder el sonido de su unión. El frío viento le contó a su amigo sobre las sensaciones que experimentó al verse rodeado de mares asesinos, un debilitado polo norte, las grandes llanuras de desiertos áridos, y tantos ambientes más. Por su parte el metal le compartió su historia de vida, matizada por múltiples cambios, sangre chorreada en su ser de animales y personas; marcada por el día en que conoció el diamante en una casa lujosa siendo un simple adorno de sendos quilates y partes colgantes que se mueven locamente.

Muy viejos eran estos dos y saciaron su talento con un concierto que duró una semana. No era para menos. La familia dueña del metálico adorno se congraciaba cada tarde escuchando aquellos sonidos nostálgicos, y dormían estimulados por ese regalo de la vida que les producía sueños de los cuales no querían volver. El concierto fue toda una sinfonía que, eso sí, tuvo que terminar cuando el metal cayó y calló y el viento se disipó en la quietud.